Alba es una chica de 30 años y  hace años sufrió una experiencia terrible. Rompió se relación de 5 años por ser  maltratada psicológicamente por su pareja, y su ex no aceptó esa ruptura. Un  día él le pidió que quedaran para hablar del tema. Ella aceptó con la intención  de zanjar con la relación de una vez por todas. Al verse, él le pidió que  subiera al coche y fueran a hablar a un sitio "más tranquilo". Llegaron a un  descampado y de repente, en cuestión de segundos, Alba vio como su expareja la  ataba con cuerdas y le quitaba la ropa. Al principio ella se resistió, pero al  ver que era imposible escapar dejó que él hiciera lo que quisiera. Él abusó  sexualmente de ella, y luego la dejó en una calle, lejos de su casa. 
Alba no sabe cuanto tiempo  estuvo en aquel coche, y ni siquiera recuerda qué ropa llevaba, pero sí le  viene a la mente repetidamente la sensación de tener las manos y los pies  atados, y el olor de él. Nunca ha explicado esta experiencia a nadie, "hizo  como si no hubiera ocurrido", e intentó llevar una "vida normal".
Actualmente, Alba vive con un  chico y empiezan a tener problemas de pareja porque ella rehúsa frecuentemente  mantener relaciones sexuales, y no tolera que la abrace o "sentir su peso  encima de las piernas mientras duermen". Si esto ocurre, Alba experimenta una  intensa angustia. A raíz de estos problemas, Alba ha empezado a tener  pesadillas relacionadas con agresiones sexuales.
Como Alba, a veces, nos toca vivir  situaciones en las que nos sentimos física o psicológicamente amenazados o  agredidos. Sufrir algún tipo de agresión física o emocional o incluso presenciar  cómo la sufre otra persona, puede suponer una carga muy difícil de llevar más  allá del momento en que se vive, incluso con el paso de los años. 
Solemos pensar que el tiempo,  por sí solo, disuelve y resuelve los problemas. En parte, es cierto, necesitamos  tiempo para desplegar la capacidad para afrontar un trauma de forma adecuada,  pero puede ocurrir que la experiencia es tan "arrolladora" que impida  esta capacidad del cerebro para procesar el  trauma. Además, frecuentemente sucede que una persona, después de vivir una  situación emocionalmente dura, fruto del temor, empiece a evitar todo aquello  que le recuerde la situación (lugares, personas, conversaciones, incluso  pensamientos e imágenes). Esta manera de actuar prolongará e intensificará el  problema. 
Tras una experiencia traumática, existen señales de alarma que  nos pueden indicar que la persona sufre un Trastorno por Estrés Post-Traumático,  y son las siguientes:
- Síntomas de Reexperimentación: Cuando después de unos meses de la experiencia traumática, seguimos teniendo pensamientos intrusivos relacionados con el suceso, o pesadilla.
 - Síntomas de Evitación: Si nos encontramos haciendo un gran esfuerzo por evitar pensar en ello (evitar hablar del tema, desviar conversaciones o evitar acudir al lugar en el que sucedió la experiencia – o evitar lugares similares en los que ocurrió la experiencia).
 - Embotamiento Emocional: Si nos sentimos irritables, algo fríos o indiferentes en nuestra relación con el entorno (nos referimos al trabajo, la familia, los amigos, etc.).
 - Hiperactivación: Presencia de síntomas físicos de ansiedad ante cualquier estímulo relacionado con el trauma, e incluso en ausencia de algún desencadenante.
 
En cualquiera de estos casos, es  necesario acudir al especialista; el  tratamiento psicológico busca acabar con el temor a aquello que provocó el  problema. Acabar con cualquier miedo implica enfrentarse a él.  Enfrentarse a él supone contactar con aquello que se teme, con el fin de que el  cuerpo, la mente y la emoción lleguen a habituarse a esa situación, hasta que  deje de producir temor. Es decir, procesar la experiencia traumática. Ello no  supone olvidar lo sucedido, sino ser capaz de aceptarlo y que no provoque  ningún síntoma o emoción en la persona.
Podemos hacer algunas cosas para  ayudarnos procesar experiencias duras:
- Apoyarnos en el propio entorno.
 - Hablar del problema con las personas que nos rodean.
 - Practicar actividades relajantes.
 - Programar las tareas diarias incluyendo actividades que nos gusten.
 - Mantener hábitos que promuevan el descanso.
 - Cuidar y dejarse cuidar por las amistades.
 - Pedir ayuda cuando lo necesitemos.
 
Aún así, cuando existe un trastorno por  estrés post-traumático, tras una experiencia traumática, el mejor tratamiento  psicológico es el cognitivo-conductual,  que dota a la persona de estrategias y le ayuda a rescatar sus propios recursos  para que pueda enfrentarse a la situación de una forma programada, progresiva y  controlada. A la vez, se trabajan y se eliminan las falsas creencias que se han  creado entorno a la situación temida y que alimentan la sensación de miedo. Así  mismo, es importante que este tratamiento incluya un proceso de EMDR, con el  objetivo de procesar el recuerdo de lo sucedido, y poderlo integrar con  los recursos cognitivos y emocionales con los que actualmente cuenta el  paciente.
Ya en las primeras fases del  tratamiento psicológico, se puede notar una mejoría, la persona empieza a  recuperar su normalidad y a sentirse menos limitada y atemorizada.
Finalizado el tratamiento, la persona  es capaz de pensar en aquello que le causó tanto daño desde la serenidad, entendiéndolo como un capítulo más de la historia de  su vida, que le ha permitido sacar a la luz los propios  recursos y aprender otros nuevos, que le ayudarán a afrontar otras situaciones.
Y tú, ¿alguna vez te has sentido así?  ¿Has pasado por algún evento traumático que te haya costado superar? Explícanos  tu experiencia.
Para más información: CENTRO ITAE 
T 902 100 006 
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